jueves, 11 de agosto de 2011

EN EL FONDO DEL CAFÉ AZUL

Ya había comentado algo sobre este cuento antes. Me complace contarles que es el ganador del 1er lugar de la V versión del Concurso Literario "Sueños y Magia" del Liceo Industrial Temuco (categoría "Cuentos de Profesores").
Espero les guste.
“En el fondo del Café Azul”
No recordaba donde había escuchado eso, pero por alguna razón, creía fervientemente en que el residuo del café revelaba el futuro. Desde pequeña, Victoria acompañaba a su madre al Café Azul, lugar donde se reunía sagradamente todos los lunes a desayunar con sus amigas, mujeres muy frías y poco cariñosas.
Cuando era muy pequeña, Victoria tomó la taza vacía de una de las amigas de su mamá, mientras ella fumaba y reía después de su café matutino. La puso sobre el platillo, montó una moneda en él, y finalmente volteó la porcelana. Su mamá y sus amigas pensaron que estaba jugando. Victoria esperó unos minutos mirando atentamente la taza con su mentón montado sobre las manos y éstas, a su vez, sobre el canto de la mesa. Levantó el plato e inspeccionó el fondo de la taza.
- Matrimonio.- exclamó y alzando la vista miró fijamente a Carolina, amiga de su madre. La mujer empalideció y no pudo más que declarar:
- ¿Cómo supiste? Ayer Andrés me pidió que nos casáramos. Quería contarles a todas hoy día.
Victoria mostró el concho del café a las mujeres como si con eso bastara. Esperanza miró a su hija con una cara de sorpresa y a la vez algo de miedo, pero antes de decirle algo fue interrumpida por sus amigas que se abalanzaron con preguntas hacia la futura esposa.
Pasaron los años y Victoria siempre acompañó a Esperanza, su madre, y a todas sus amigas a desayunar al Café Azul. A ella la acompañaban miradas de sospecha y turbación por parte de estas mujeres. Solo seguía yendo con ellas porque la borra de un café turco se lo había revelado hace algún tiempo, y también porque sentía que podía poner en práctica su talento vaticinador.
Había leído muchos “gatos” y “serpientes” en los posos de café de las amigas de su madre. Y, aunque a ellas les decía que significaba “paz” y “alegría” sabía perfectamente que significaban “egoísmo” y “traición”. Anhelaba ver un “perro” en el fondo de esas tazas, pues eso significa “fidelidad”, pero nunca aparecían.
Cada vez que iba al Café Azul se sentía observada. Siempre creyó que era porque iba acompañada de su madre y sus suspicaces amigas. Hasta que un día fue sola. Pasaba por ahí y se detuvo por un cappuccino y una tregua para sus doloridos pies luego de una agotadora mañana recorriendo las veredas de la ciudad. Sintió esa misma mirada punzante en su nuca, aunque esta vez no iba acompañado por las viles mujeres. En un veloz gesto miró hacia el fondo del salón y vio a un mesero que sostenía una comanda con una mano, y su cabeza con la otra, afirmado sobre una mesa que, por lo general, no era ocupada por el público.
Nunca lo había visto, pero él la veía a ella todo el tiempo. Más de alguna vez le llevó la cuenta, e incluso ella le dejó propina. Trabajaba ahí desde hacía años, pues era sobrino del administrador del local. Era joven, alto y delgado. Tenía ojos azul profundo y una tez suave y lozana.
Cuando Victoria lo sorprendió, el muchacho poniéndose muy nervioso dejó caer una taza que estaba sobre la mesa, se sonrojó y caminó hasta el fondo de la cocina. Puso su espalda contra una pared, respiró hondo, se acomodó el mandil, y luego se asomó cuidadosamente por la puerta de vaivén que separaba el comedor de la cocina para comprobar si Victoria seguía ahí. Clavó su mirada en la mesa doce -donde estaba sentada Victoria- y ella lo estaba mirando aún más fijo. Él se escondió nuevamente hasta que ella se fue.
El lunes de la semana siguiente, como de costumbre y a pesar del disgusto de las amigas de Esperanza que la consideraban cada día más extraña, Victoria desayunó en el Café Azul. Estaba nerviosa, su mirada recorría el lugar buscando al mesero misterioso. Nada. No apareció. Sin embargo uno minutos antes de salir de la cafetería, cuando ya se habían acabado los cigarros y los conchos ya habían presagiado muchos futuros, se acercó el mesero de turno, un anciano bonachón con enormes bigotes, y le entregó a Victoria una taza de café.
- Este café es cortesía de la casa, señorita.- dijo el hombre, cuyo rostro parecía de loza y carecía de arruga alguna a pesar de su edad.
- Es que ya nos vamos.- respondió la joven.
- Pero es la especialidad de la casa: el café azul.- insistió el hombre. A pesar de haber ido tantos años a ese lugar nunca habían visto tal brebaje. En efecto el café tenía un extraño color oscuro, casi azul marino. Carolina, la mejor amiga de Esperanza, movió la cabeza de un lado a otro y se levantó de la silla seguida por las otras mujeres.
- Esta niña esta cada día más rara. Hasta el café que toma es extraño.- dijo con una sonrisa tan cargada de amargura como el café irlandés que había tomado hace unos minutos.
- Sí, es verdad.- dijeron las otras saliendo del Café.
Esperanza no dijo nada, se quedó sola con su hija y esperó a ver la decisión que tomaría. Junto a ellas estaba el mesero esperando lo mismo. Victoria tomó la taza y la acercó lentamente a su boca. Bebió un sorbo, saboreó el líquido y sin dudarlo más lo ingirió completo. Su cara reflejó de inmediato que el sabor no era el mejor. Sin pensarlo tomó el platillo, lo puso sobre la taza e hizo el ritual correspondiente. El concho del café azul era claro: un “pájaro”, que significaba “buenas noticias”. Una sonrisa invadió el rostro de la muchacha que no podía olvidar el rostro del joven mesero. Así abandonaron el lugar.
El martes volvió sola al lugar y pidió un café azul. Lo bebió rápidamente y leyó su fondo: un corazón, es decir, amor. El miércoles le entregó un “pez”, que significa "felicidad”. El jueves el mensaje fue clarísimo: “anillos”, que representan el “matrimonio”. Finalmente llegó el viernes acompañado de los “niños”, que simbolizan algún “nacimiento”. Pero el mesero sospechoso no aparecía. Victoria miraba hacia el fondo del Café Azul, donde había sorprendido al muchacho observándola, mas nada sucedía. Pensaba que de tanto desearlo éste aparecería, pero no. Nada.
Regresó a casa sintiendo lo contrario a lo que los conchos de café le habían revelado. Mientras caminaba comenzó a caer una suave lluvia que a sus ojos era de color azul. Estiró la mano y acogió unas gotas de agua en su palma. Inmediatamente se formó en ella una “flecha mirando hacia atrás” que en la cafeomancia representa la urgencia de “regresar”. Detuvo su caminar. Miró hacia atrás y con paso firme volvió hacia la cafetería. Sabía en su corazón que debía hacerlo.
Entró al salón principal y caminó hasta el fondo de la cafetería. Todo parecía diferente en el lugar. A su alrededor las paredes parecían de loza, los rostros de la gente de porcelana. Parecía estar dentro de una taza adentrándose hasta el concho de un café turco. De pronto Victoria se vio envuelta en medio de peces, de anillos, de niños, pájaros, perros y flechas. A medida que iba caminando a su lado todo lucía distinto. Las mesas y sillas parecían manchas de café azul; el suelo era un lienzo color madera donde éstas tomaban forma.
En el fondo del Café Azul estaba su destino. Era difuso en un comienzo. Una mancha azulina delgada que tomaba forma con cada paso. Parecía ser él, nervioso como siempre, parado al lado de la mesa marginada. Las imágenes seguían borrosas, pero él se distinguía cada vez más. Con cada paso que daba, Victoria entendía que había vivido toda su vida leyendo el futuro de otros, pero nunca se había detenido a buscar el suyo. Pero no bastaba una taza para descubrirlo, ni dos, ni tres... Ella era especial por tener esa habilidad profética, y el destino exigía, justamente, que necesitara de más esfuerzo para conocer su futuro.
Cuando llegó hasta la mesa arrinconada sólo se encontró con un tazón de café tibio. Su hombre amado ya no estaba ahí. Aguantó la respiración un segundo y dejó caer una lágrima. Decidió beber ese café con la esperanza de encontrar alguna respuesta. Cuando Victoria sostuvo la taza para beberla se le resbaló de las manos cayendo al suelo convirtiéndose en un conjunto de piezas irreconocibles y manchas sin sentido. Miró hacia un lado y vio como todas las cosas que habían tomado la apariencia de porcelana volvían su forma normal.
Victoria entendió todo: por muy claras que fueran las líneas en la borra de un café turco no había nada que decidiera su destino. Ni siquiera en un café azul. Entendió, por primera vez, que el futuro descansaba en sus propias manos y que todo este tiempo había vivido como encerrada en una taza. El futuro no estaba en el fondo de una taza, estaba en sus propios actos… aunque para eso fuese necesario llegar hasta el fondo del café azul.