martes, 13 de diciembre de 2011

probablemente UN HECHO DE LA VIDA REAL

- Las cosas están mal hija. Nos vamos a tener que cambiar de casa.

- Sí mamá.- fue su respuesta.- Te apoyo en lo que decidas.

Era una excelente alumna, esforzada, responsable, inteligente y muy aplicada. Era la esperanza para su familia para romper con el círculo de la pobreza.

Los días antes fueron agotadores, trasladando algunas cosas en micro, en bicicleta o incluso a pie muchas veces. Afortunadamente la “casa nueva” no estaba tan lejos. Poco pudo estudiar esos días, pero confiaba en que el esfuerzo de los cuatro años de enseñanza media eran más que suficientes.

Fue a reconocer sala el día antes de la PSU. Aunque era lejos, fue caminando, pues no tenía dinero para la micro.

- ¿Esta es su sala, señorita?- preguntó el profesor junto a la puerta. Ella miró la lista. Revisó uno a uno los nombres hasta dar con el suyo.

- Eeeh… ¡sí!

- Bien. Recuerde que mañana debe traer su lápiz, goma, cédula de identidad y tarjeta de identificación.

- ¿Tarjeta de identificación? ¿Cuál es esa?- preguntó inquieta.

- La que imprimes desde internet y acredita que diste cada una de las pruebas.- respondió de memoria el profesor cual papagayo.

- Es que esa se me perdió en el cambio de casa.- exclamó la muchacha, que tenía muy claro haber dejado una caja con cuadernos en el asiento de la micro. En uno de ellos iba la bendita hoja.

- ¿Y es necesario que la traiga?- preguntó su fiel pololo que la acompañaba aquel día.

- ¡Pero claro! Ese documento se timbra cada vez que usted da una prueba para certificar que lo hizo.

En eso se acercó la otra profesora a cargo de la sala y le dijo:

- Anda inmediatamente a un ciber e imprime de nuevo la hoja, porque si no no podrás dar la prueba mañana.- La joven asintió y se retiró del lugar abrazando a su novio.

Salieron del local de rendición, revisaron sus bolsillos esperando un milagro. No sucedió.

Al día siguiente no asistió a rendir la prueba.

Los profesores la llamaron distraída, “pajarona”, “volá”, floja…

No pensaron más razones.

lunes, 12 de diciembre de 2011

LA BATALLA

A continuación les dejo el cuento "La Batalla", ganador del 2do lugar del concurso "¿Te cuento?", en su cuarta versión, organizado por la Biblioteca Central de la Universidad Católica de Temuco. Ojalá les guste.


Él pensó que sería fácil.

Cuando llegó no había contrincante. Le pareció muy extraño.

Creyó que la contienda no tendría lugar hoy, como en otros campos de batalla similares en los que había estado antes, docenas de veces, quizás cientos…

Pero no. Llegó. Tarde. Pero llegó el rival. Llegó ella.

En silencio y despacio comenzó la riña.

Cada uno hacía sus mejores movimientos, como si el otro no se diera cuenta. Disimulando.

No fue fácil. Ambos eran expertos en el tema. Tenían muchos kilómetros en el cuerpo.


Ella hizo su mejor movimiento, fingiendo que cerraba la cortina.

Él se movió un poco hacia la ventana y en ese instante ella puso su codo sobre el brazo del asiento. Luego se hizo la dormida y él viajó incómodo durante todo el camino.


Él nunca más escogería “ventana” al viajar en bus.

domingo, 4 de diciembre de 2011

Un año y un rato

Mes complace presentarles este cuento ganador del Primer Lugar en el concurso de cuentos cortos "Tu vida universitaria en 100 palabras" organizado por una agrupación estudiantil RSU de la Universidad Católica de Temuco.

Ahí va:

"Un año y un rato".

- Su pase, por favor.- dijo parco.
- Aún no la entregan en la u.- Mentira.
- ¡Pero ya estamos en Julio! Entonces tiene que pagar adulto. Son 400 pesos.- respondió ofuscado el micrero.
- Ya po, porfa, si voy ahí no más.- Verdad.
- ¡Entonces váyase caminando pueh!
- ¡Me voy caminando po!- dijo enojado el joven también- Total, tengo tiempo.- Mentira.
No pasó otra micro en mucho rato más. Él llegó tarde a su examen. Reprobó.
El estudiante se atrasó un año; el chofer se atrasó un rato.


sábado, 29 de octubre de 2011

RAÍCES


Era difícil para él ver cómo todos iban de un lado a otro, libres por el campo, felices, moviéndose con toda fluidez. Su mayor martirio era ver a los pájaros volar y luego detenerse en una de sus ramas, casi con soberbia, antes de seguir su vuelo. Conejos y otros roedores pequeños trepaban de forma insolente por su tronco y luego se acurrucaban en sus raíces. ¡Sus raíces! ¡Las culpables de su esclavitud! “¿Por qué no puedo moverme como todos los demás habitantes del bosque?” se preguntaba cada día el gran Roble.

Cuando llegó la primavera, creció a su lado una hermosa flor. Era de un color amarillo intenso,  albergaba en sus pétalos grandes gotas de rocío cada mañana. El Roble la observaba con admiración, pues él no tenía tal belleza, ya era un árbol viejo y tan firme que ni el viento movía sus ramas, en cambio la flor bailaba con cada pequeña brisa. Pero una tarde de mucho frío y viento, una ráfaga arrancó de raíz a la hermosa flor. El Roble quedó sorprendido y muy triste. Días más tarde un conejo se comió todo el verde pasto que crecía en torno al árbol. Cada fina hoja del césped no podía oponer resistencia a los dientes del animal…

De pronto el Roble comenzó a darse cuenta que a él no le sucedían estas cosas y que la razón de eso era que tenía unas profundas raíces que lo sostenían a la tierra con fuerza. Mientras pasaban los días notaba que no era tan malo estar en ese mismo lugar, y pensaba que seguramente había una razón para eso.

Se dio cuenta que su sombra era el cobijo para muchos animales. Sus ramas el descanso de tantos gorriones y zorzales. Su copa, el hogar de muchos insectos. Su tronco, el puntal de algunas enredaderas. Sus hojas le daban voz al viento. Y su raíz le daba sentido a su vida.

Pasaron muchos años y el Roble seguía ahí. Vio pasar a muchos animales, aves y flores, pero él siguió ahí. Con el tiempo el longevo árbol se secó, cambió su verde copa por un montón de ramas grises y frágiles. Algunas de ellas, incluso se quebraban con el viento. Sin embargo nunca lo pudieron mover de ahí, porque las raíces que lo sostenían eran tan profundas que ningún esfuerzo era suficiente.

Pudieron secarse sus hojas, quebrarse sus ramas, pero nadie pudo jamás remover sus raíces.

jueves, 11 de agosto de 2011

EN EL FONDO DEL CAFÉ AZUL

Ya había comentado algo sobre este cuento antes. Me complace contarles que es el ganador del 1er lugar de la V versión del Concurso Literario "Sueños y Magia" del Liceo Industrial Temuco (categoría "Cuentos de Profesores").
Espero les guste.
“En el fondo del Café Azul”
No recordaba donde había escuchado eso, pero por alguna razón, creía fervientemente en que el residuo del café revelaba el futuro. Desde pequeña, Victoria acompañaba a su madre al Café Azul, lugar donde se reunía sagradamente todos los lunes a desayunar con sus amigas, mujeres muy frías y poco cariñosas.
Cuando era muy pequeña, Victoria tomó la taza vacía de una de las amigas de su mamá, mientras ella fumaba y reía después de su café matutino. La puso sobre el platillo, montó una moneda en él, y finalmente volteó la porcelana. Su mamá y sus amigas pensaron que estaba jugando. Victoria esperó unos minutos mirando atentamente la taza con su mentón montado sobre las manos y éstas, a su vez, sobre el canto de la mesa. Levantó el plato e inspeccionó el fondo de la taza.
- Matrimonio.- exclamó y alzando la vista miró fijamente a Carolina, amiga de su madre. La mujer empalideció y no pudo más que declarar:
- ¿Cómo supiste? Ayer Andrés me pidió que nos casáramos. Quería contarles a todas hoy día.
Victoria mostró el concho del café a las mujeres como si con eso bastara. Esperanza miró a su hija con una cara de sorpresa y a la vez algo de miedo, pero antes de decirle algo fue interrumpida por sus amigas que se abalanzaron con preguntas hacia la futura esposa.
Pasaron los años y Victoria siempre acompañó a Esperanza, su madre, y a todas sus amigas a desayunar al Café Azul. A ella la acompañaban miradas de sospecha y turbación por parte de estas mujeres. Solo seguía yendo con ellas porque la borra de un café turco se lo había revelado hace algún tiempo, y también porque sentía que podía poner en práctica su talento vaticinador.
Había leído muchos “gatos” y “serpientes” en los posos de café de las amigas de su madre. Y, aunque a ellas les decía que significaba “paz” y “alegría” sabía perfectamente que significaban “egoísmo” y “traición”. Anhelaba ver un “perro” en el fondo de esas tazas, pues eso significa “fidelidad”, pero nunca aparecían.
Cada vez que iba al Café Azul se sentía observada. Siempre creyó que era porque iba acompañada de su madre y sus suspicaces amigas. Hasta que un día fue sola. Pasaba por ahí y se detuvo por un cappuccino y una tregua para sus doloridos pies luego de una agotadora mañana recorriendo las veredas de la ciudad. Sintió esa misma mirada punzante en su nuca, aunque esta vez no iba acompañado por las viles mujeres. En un veloz gesto miró hacia el fondo del salón y vio a un mesero que sostenía una comanda con una mano, y su cabeza con la otra, afirmado sobre una mesa que, por lo general, no era ocupada por el público.
Nunca lo había visto, pero él la veía a ella todo el tiempo. Más de alguna vez le llevó la cuenta, e incluso ella le dejó propina. Trabajaba ahí desde hacía años, pues era sobrino del administrador del local. Era joven, alto y delgado. Tenía ojos azul profundo y una tez suave y lozana.
Cuando Victoria lo sorprendió, el muchacho poniéndose muy nervioso dejó caer una taza que estaba sobre la mesa, se sonrojó y caminó hasta el fondo de la cocina. Puso su espalda contra una pared, respiró hondo, se acomodó el mandil, y luego se asomó cuidadosamente por la puerta de vaivén que separaba el comedor de la cocina para comprobar si Victoria seguía ahí. Clavó su mirada en la mesa doce -donde estaba sentada Victoria- y ella lo estaba mirando aún más fijo. Él se escondió nuevamente hasta que ella se fue.
El lunes de la semana siguiente, como de costumbre y a pesar del disgusto de las amigas de Esperanza que la consideraban cada día más extraña, Victoria desayunó en el Café Azul. Estaba nerviosa, su mirada recorría el lugar buscando al mesero misterioso. Nada. No apareció. Sin embargo uno minutos antes de salir de la cafetería, cuando ya se habían acabado los cigarros y los conchos ya habían presagiado muchos futuros, se acercó el mesero de turno, un anciano bonachón con enormes bigotes, y le entregó a Victoria una taza de café.
- Este café es cortesía de la casa, señorita.- dijo el hombre, cuyo rostro parecía de loza y carecía de arruga alguna a pesar de su edad.
- Es que ya nos vamos.- respondió la joven.
- Pero es la especialidad de la casa: el café azul.- insistió el hombre. A pesar de haber ido tantos años a ese lugar nunca habían visto tal brebaje. En efecto el café tenía un extraño color oscuro, casi azul marino. Carolina, la mejor amiga de Esperanza, movió la cabeza de un lado a otro y se levantó de la silla seguida por las otras mujeres.
- Esta niña esta cada día más rara. Hasta el café que toma es extraño.- dijo con una sonrisa tan cargada de amargura como el café irlandés que había tomado hace unos minutos.
- Sí, es verdad.- dijeron las otras saliendo del Café.
Esperanza no dijo nada, se quedó sola con su hija y esperó a ver la decisión que tomaría. Junto a ellas estaba el mesero esperando lo mismo. Victoria tomó la taza y la acercó lentamente a su boca. Bebió un sorbo, saboreó el líquido y sin dudarlo más lo ingirió completo. Su cara reflejó de inmediato que el sabor no era el mejor. Sin pensarlo tomó el platillo, lo puso sobre la taza e hizo el ritual correspondiente. El concho del café azul era claro: un “pájaro”, que significaba “buenas noticias”. Una sonrisa invadió el rostro de la muchacha que no podía olvidar el rostro del joven mesero. Así abandonaron el lugar.
El martes volvió sola al lugar y pidió un café azul. Lo bebió rápidamente y leyó su fondo: un corazón, es decir, amor. El miércoles le entregó un “pez”, que significa "felicidad”. El jueves el mensaje fue clarísimo: “anillos”, que representan el “matrimonio”. Finalmente llegó el viernes acompañado de los “niños”, que simbolizan algún “nacimiento”. Pero el mesero sospechoso no aparecía. Victoria miraba hacia el fondo del Café Azul, donde había sorprendido al muchacho observándola, mas nada sucedía. Pensaba que de tanto desearlo éste aparecería, pero no. Nada.
Regresó a casa sintiendo lo contrario a lo que los conchos de café le habían revelado. Mientras caminaba comenzó a caer una suave lluvia que a sus ojos era de color azul. Estiró la mano y acogió unas gotas de agua en su palma. Inmediatamente se formó en ella una “flecha mirando hacia atrás” que en la cafeomancia representa la urgencia de “regresar”. Detuvo su caminar. Miró hacia atrás y con paso firme volvió hacia la cafetería. Sabía en su corazón que debía hacerlo.
Entró al salón principal y caminó hasta el fondo de la cafetería. Todo parecía diferente en el lugar. A su alrededor las paredes parecían de loza, los rostros de la gente de porcelana. Parecía estar dentro de una taza adentrándose hasta el concho de un café turco. De pronto Victoria se vio envuelta en medio de peces, de anillos, de niños, pájaros, perros y flechas. A medida que iba caminando a su lado todo lucía distinto. Las mesas y sillas parecían manchas de café azul; el suelo era un lienzo color madera donde éstas tomaban forma.
En el fondo del Café Azul estaba su destino. Era difuso en un comienzo. Una mancha azulina delgada que tomaba forma con cada paso. Parecía ser él, nervioso como siempre, parado al lado de la mesa marginada. Las imágenes seguían borrosas, pero él se distinguía cada vez más. Con cada paso que daba, Victoria entendía que había vivido toda su vida leyendo el futuro de otros, pero nunca se había detenido a buscar el suyo. Pero no bastaba una taza para descubrirlo, ni dos, ni tres... Ella era especial por tener esa habilidad profética, y el destino exigía, justamente, que necesitara de más esfuerzo para conocer su futuro.
Cuando llegó hasta la mesa arrinconada sólo se encontró con un tazón de café tibio. Su hombre amado ya no estaba ahí. Aguantó la respiración un segundo y dejó caer una lágrima. Decidió beber ese café con la esperanza de encontrar alguna respuesta. Cuando Victoria sostuvo la taza para beberla se le resbaló de las manos cayendo al suelo convirtiéndose en un conjunto de piezas irreconocibles y manchas sin sentido. Miró hacia un lado y vio como todas las cosas que habían tomado la apariencia de porcelana volvían su forma normal.
Victoria entendió todo: por muy claras que fueran las líneas en la borra de un café turco no había nada que decidiera su destino. Ni siquiera en un café azul. Entendió, por primera vez, que el futuro descansaba en sus propias manos y que todo este tiempo había vivido como encerrada en una taza. El futuro no estaba en el fondo de una taza, estaba en sus propios actos… aunque para eso fuese necesario llegar hasta el fondo del café azul.

lunes, 27 de junio de 2011

Detrás de "Olvidados en medio del frío"

Es un poco autorreferente hacer una crítica de un cuento que uno mismo escribió, pero esto nace a raíz de lo que la mayor parte de la gente me dice cuando lee el cuento, y que fue también una de mis intenciones al escribirlo.

"OLVIDADOS EN MEDIO DEL FRÍO" es un trabajo realizado para el concurso de cuentos "3:34, MI RELATO DEL TERREMOTO" organizado por la Editorial Nueva Patris durante el año pasado. En dicho concurso obtuvo Mención Honrosa y, hasta donde sé, una gran acogida entre la gente que lo leyó.

Uno de los principales aportes que este cuento hace a todo el tema del terremoto no fue el gran dolor ante los cientos de animales que sufrían y eran ignorados por la gente en las calles, sino el problema de la pobreza al punto de poner a la persona al mismo nivel que los animales.

¿Qué diferencia hay entre un perro callejero y un anciano indigente? Al parecer no es mucha. Ambos ignorados, ambos olvidados, ambos despreciados... Ya es hora de que la pobreza nos mueva el piso y nos obligue a actuar. No solo a donar y asistir a los pobres con cosas materiales, sino a ver en ellos la misma dignidad que vemos en cualquier persona.

No los olvidemos en medio del frío.


lunes, 13 de junio de 2011

Olvidados en medio del frío

Como cada noche, dormían en la calle, junto a un paradero de micros y entre algunos cartones esperando que alguien se apiadara de su situación dándoles algo de comer o algún abrigo. Se veían forzados a agruparse para aplacar el frío aún en verano. La madre de los tres pequeños estaba preocupada de los gemelos, los menores, pues no se habían sentido muy bien de salud durante los últimos días. Sin embargo eso no era lo que más los preocupaba: los cuatro tenían un sentimiento extraño esa noche y, a pesar del cansancio por haber caminado todo el día por la ciudad en busca de alguna oportunidad que cambiara su situación actual, ninguno podía dormir.

El mayor de los hermanos intentaba conciliar el sueño y mantenía sus ojos cerrados. Al abrirlos se dio cuenta que sus dos hermanos pequeños también estaban despiertos. Se miraron fijamente y, sin saber porqué, se abrazaron aún más fuerte. El mayor miró a sus hermanos con un rostro que reflejaba una extraña preocupación. Antes de poder expresarles algo comenzó a moverse el suelo, dejando caer unos cartones y unas ramas de un árbol cercano sobre ellos. No supieron que hacer, nunca habían vivido algo similar y, sinceramente, no sabían lo que sucedía. Los gemelos estallaron en llanto. La madre intentó mantener la calma pero fue imposible, uno de los pequeños comenzó a correr hacia la calle y ella lo siguió indicando al primogénito con la mirada y un gesto con su boca que se quedara cuidando al otro gemelo. Ella corrió fuertemente y cuando lo alcanzó le vociferó por lo que acababa de hacer mientras la tierra seguía aún en movimiento.

El sismo ya cesaba, pero la tranquilidad no volvía. Los hermanos y su madre se abrazaron nuevamente y se acariciaron con la conformidad de estar todos juntos. La gente salía a la calle y pasaba por al lado de la familia vagabunda como si no existieran, estaban muy preocupados de sus propios problemas. Se sentían olvidados, hasta que un niño que caminaba junto a su padre se detuvo junto a ellos y dijo:

- Papá, mira ¿por qué a ellos nadie los ayuda?

- Porque... eeh.- El hombre no sabía muy bien qué responder, se sentía avergonzado.

- ¡Ayudémoslos nosotros!- insistió el pequeño.

- Está bien.- dijo el padre agachándose y acariciando al mayor de los hermanos.

Al ver esto y notar la acogedora actitud del niño y su padre, los gemelos comenzaron a mover su cola y luego la madre ladró alegremente dando vueltas alrededor del niño.

Desde ese día los cuatro perritos encontraron un hogar donde vivir, y nunca nadie los olvidó.

miércoles, 8 de junio de 2011

Bien en el fondo del Café Azul

Hace unos días escribí un cuento llamado "En el fondo del Café Azul" que prometo publicar lo antes posible en este sitio. No puedo hacerlo aún, porque está participando en un concurso literario y para ello debe ser inédito.

Adelanto, de todas maneras, que el relato trata de las oportunidades en la vida, del futuro, y de las "profecías autocumplidas".

¿Cuantas veces vivimos preocupados del futuro descansando en la gran cantidad de posibilidades que la vida nos ofrece, pero no nos damos cuenta de que -además de esa inmensa gama de oportunidades- están también las que nosotros podemos construir?

Lamentablemente debe ocurrir algo casi mágico o trágico, en otros casos, para tomar conciencia de ello y construir nuestro mañana desde el HOY.