sábado, 29 de octubre de 2011

RAÍCES


Era difícil para él ver cómo todos iban de un lado a otro, libres por el campo, felices, moviéndose con toda fluidez. Su mayor martirio era ver a los pájaros volar y luego detenerse en una de sus ramas, casi con soberbia, antes de seguir su vuelo. Conejos y otros roedores pequeños trepaban de forma insolente por su tronco y luego se acurrucaban en sus raíces. ¡Sus raíces! ¡Las culpables de su esclavitud! “¿Por qué no puedo moverme como todos los demás habitantes del bosque?” se preguntaba cada día el gran Roble.

Cuando llegó la primavera, creció a su lado una hermosa flor. Era de un color amarillo intenso,  albergaba en sus pétalos grandes gotas de rocío cada mañana. El Roble la observaba con admiración, pues él no tenía tal belleza, ya era un árbol viejo y tan firme que ni el viento movía sus ramas, en cambio la flor bailaba con cada pequeña brisa. Pero una tarde de mucho frío y viento, una ráfaga arrancó de raíz a la hermosa flor. El Roble quedó sorprendido y muy triste. Días más tarde un conejo se comió todo el verde pasto que crecía en torno al árbol. Cada fina hoja del césped no podía oponer resistencia a los dientes del animal…

De pronto el Roble comenzó a darse cuenta que a él no le sucedían estas cosas y que la razón de eso era que tenía unas profundas raíces que lo sostenían a la tierra con fuerza. Mientras pasaban los días notaba que no era tan malo estar en ese mismo lugar, y pensaba que seguramente había una razón para eso.

Se dio cuenta que su sombra era el cobijo para muchos animales. Sus ramas el descanso de tantos gorriones y zorzales. Su copa, el hogar de muchos insectos. Su tronco, el puntal de algunas enredaderas. Sus hojas le daban voz al viento. Y su raíz le daba sentido a su vida.

Pasaron muchos años y el Roble seguía ahí. Vio pasar a muchos animales, aves y flores, pero él siguió ahí. Con el tiempo el longevo árbol se secó, cambió su verde copa por un montón de ramas grises y frágiles. Algunas de ellas, incluso se quebraban con el viento. Sin embargo nunca lo pudieron mover de ahí, porque las raíces que lo sostenían eran tan profundas que ningún esfuerzo era suficiente.

Pudieron secarse sus hojas, quebrarse sus ramas, pero nadie pudo jamás remover sus raíces.