lunes, 13 de junio de 2011

Olvidados en medio del frío

Como cada noche, dormían en la calle, junto a un paradero de micros y entre algunos cartones esperando que alguien se apiadara de su situación dándoles algo de comer o algún abrigo. Se veían forzados a agruparse para aplacar el frío aún en verano. La madre de los tres pequeños estaba preocupada de los gemelos, los menores, pues no se habían sentido muy bien de salud durante los últimos días. Sin embargo eso no era lo que más los preocupaba: los cuatro tenían un sentimiento extraño esa noche y, a pesar del cansancio por haber caminado todo el día por la ciudad en busca de alguna oportunidad que cambiara su situación actual, ninguno podía dormir.

El mayor de los hermanos intentaba conciliar el sueño y mantenía sus ojos cerrados. Al abrirlos se dio cuenta que sus dos hermanos pequeños también estaban despiertos. Se miraron fijamente y, sin saber porqué, se abrazaron aún más fuerte. El mayor miró a sus hermanos con un rostro que reflejaba una extraña preocupación. Antes de poder expresarles algo comenzó a moverse el suelo, dejando caer unos cartones y unas ramas de un árbol cercano sobre ellos. No supieron que hacer, nunca habían vivido algo similar y, sinceramente, no sabían lo que sucedía. Los gemelos estallaron en llanto. La madre intentó mantener la calma pero fue imposible, uno de los pequeños comenzó a correr hacia la calle y ella lo siguió indicando al primogénito con la mirada y un gesto con su boca que se quedara cuidando al otro gemelo. Ella corrió fuertemente y cuando lo alcanzó le vociferó por lo que acababa de hacer mientras la tierra seguía aún en movimiento.

El sismo ya cesaba, pero la tranquilidad no volvía. Los hermanos y su madre se abrazaron nuevamente y se acariciaron con la conformidad de estar todos juntos. La gente salía a la calle y pasaba por al lado de la familia vagabunda como si no existieran, estaban muy preocupados de sus propios problemas. Se sentían olvidados, hasta que un niño que caminaba junto a su padre se detuvo junto a ellos y dijo:

- Papá, mira ¿por qué a ellos nadie los ayuda?

- Porque... eeh.- El hombre no sabía muy bien qué responder, se sentía avergonzado.

- ¡Ayudémoslos nosotros!- insistió el pequeño.

- Está bien.- dijo el padre agachándose y acariciando al mayor de los hermanos.

Al ver esto y notar la acogedora actitud del niño y su padre, los gemelos comenzaron a mover su cola y luego la madre ladró alegremente dando vueltas alrededor del niño.

Desde ese día los cuatro perritos encontraron un hogar donde vivir, y nunca nadie los olvidó.

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