Llegó el día.
Uno se intimidó. Lo pensó mejor. Su condena era de 10 años y por méritos podría reducirla a 8. Está decidido: no escaparía.
El otro lo pensó también, pero anhelaba la libertad. Está decidido: esa noche escaparía.
Llegó la noche.
Uno escapó y uno se quedó.
Uno de ellos vivió para siempre rodeado de gente que no confiaba en él; sin la posibilidad de trabajar para mantener a su familia; sin amigos de verdad; en un mundo donde no podía ser libre aunque quisiera; en un mundo donde no podía comer su comida favorita; donde no podía viajar por el mundo más que en su mente; vivió para siempre en un mundo donde sus crímenes de hace años eran sus cadenas más duras; sin dormir una noche en paz; sin el amor de una mujer.
Vivió para siempre sin la posibilidad real de ejercer su libertad.
El otro... también.