Entró a la cancha nervioso. Había entrenado mucho para este día. “Espero no lesionarme” pensó al pisar el césped. Recordó los consejos de su kinesiólogo. Le dio un poco de rabia tener que haber pagado de su bolsillo ese tratamiento, ya que la federación no accedió a financiarlo, pero luego se enfocó en el momento histórico que estaba viviendo. Siempre había querido estar en una final del mundo y hoy, por fin, había llegado ese día. Ya sentía el sudor en su frente, pero solo eran nervios y emoción.
Recordó a su madre que le decía “con ese trabajo te vas a morir de hambre, pero si te hace feliz, debes ser el mejor en ello”. Miró al cielo, se persignó y le prometió que este match iba dedicado a ella.
Comenzaron a sonar los himnos nacionales. Miró a sus colegas al lado
suyo y notó que experimentaban el mismo sentimiento de nervios y orgullo.
Recordó a su esposa y sus hijas, que sabía que lo estaban mirando
por la TV. ¡Qué ganas de abrazarlas! Llevaba semanas fuera del país sin mucho
contacto con ellas. Pero valía la pena. La hinchada estaba eufórica. El estadio
parecía vivo. Todo el mundo estaba atento a este partido. Y todas las cámaras
estaban sobre él.
Era el momento. El balón ya estaba en el círculo central listo para el
pitazo inicial. Miró a sus colegas y miró su reloj. Llevó su pito a la boca y
sopló fuerte. Así comenzó el partido más importante de su vida.