Siempre
pensé que era como todos los de mi tipo. Hasta aquel día.
Yo era
blanco, como casi todos los de mi hogar, más bien delgado. Ni muy rígido, ni
muy flexible, en ocasiones un poco plano. A veces era manipulado por algunas
personas egoístas y poco delicadas. Reconozco avergonzado que incluso fui
manoseado por otras y nunca dije nada, no porque no quisiera gritarlo a los
cuatro vientos, sino porque sabía que era parte de mi vida y no podía hacer
nada.
Algunos
compañeros míos se dedican a hacer obras de caridad, abrigando a mendigos en la
calle en las frías noches de invierno; otros ayudan a los niños a aprender a
escribir, incluso dejándose rayar con muchos colores; otros trabajan duro en la
oficina; otros ayudan a las dueñas de casa con las listas de compras… entre
otras cosas.
Yo, en
cambio, no salía mucho de casa, dormía muchas horas al día cuando no estaba
cerca del computador. Pero ese día, todo cambió. Todos parecían apurados. Me
cubrieron la cara y me llevaron de un lado a otro. Dentro de la camioneta, o
furgón, o lo que fuera, oía muchas voces desconocidas. Sentí que abrieron la
puerta en un lugar oscuro, con una afilada hoja cortaron algunas partes de mi
cuerpo, me golpearon dejando unas marcas azules, o moradas. Fueron momentos muy
duros.
Al día
siguiente fui tratado con más delicadeza… ¡con demasiada delicadeza, incluso!
Me sentía importante, no sé que habrá pasado, pero me llevaron a una oficina
con mucha gente de cuello y corbata. Estuve cara a cara con el más importante
de ellos, y todos parecían felices. Debo decir que ese hombre dejó una
importante marca en mi vida para siempre.
Todo se
volvió oscuro de nuevo por algunos días, pero muy pacífico. Sin saber donde
estaba, y a pesar de la soledad y abandono sentía mucha paz y tranquilidad.
Llegó el
gran día esperado por muchos. Me subieron a un auto y me llevaron al salón más
grande que he visto, con cientos de sillas y un enorme escenario… y adivinen
quien subió a ese escenario: ¡yo! Estaba ahí siendo sujetado por un muchacho
con lágrimas en sus ojos y un orgullo que se sentía con cada latido de su
corazón. Me tomaron muchas fotos y desde ese día me volví importante, porque la
gente me miraba y sonreía.
Hoy tengo
una oficina muy elegante y mucha gente va a verme, no obstante debo reconocer
que me siento solo. No me dan tanta importancia como antes a pesar de estar en
el centro de la sala. Sin embargo pasé de ser “un cartón” a ser “El Cartón”.
Buenísimo, aquí tienes estilo a Cortázar en "El Diario a Diario". Hace tanto tiempo que no escribo un cuento, parece que se me olvidó... Gracias por compartirlo.
ResponderEliminarJajoajaja.. pobre Cortazar, ahora es comparado con simples blogueros.
EliminarUn gran abrazo, Consuelo, gracias por pasar por aquí. Espero esto te sirva de inspiración para escribir un cuento.